Crítica: Tron: Ares

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Cortesía de Cinecolor

La secuela actualiza la franquicia de Disney para la era de la inteligencia artificial.

La tercera entrega de esta saga nacida en los años ochenta llega con una estética impecable, un guiño directo a los fanáticos de siempre y una sensación inevitable: parece otra superproducción sobre genios tecnológicos y corporaciones digitales, hecha con el mismo molde que todas.

Antes de que existiera PlayStation, antes de que Neo aprendiera kung-fu, antes de que Internet y la IA se mezclaran con nuestras paranoias, ya estaba Tron (1982): la fantasía de Disney que imaginó qué pasaría si Jeff Bridges quedara atrapado dentro de un videojuego. Sus animaciones primitivas y sus paisajes de geometría luminosa definieron una era y, al mismo tiempo, la volvieron un producto de museo. Aun así, su diseño —firmado por Syd Mead y Moebius, con música electrónica de Wendy Carlos— le dio estatus de culto entre programadores, gamers y nostálgicos del ciberespacio.

Décadas más tarde, Tron: Legacy (2010) trajo de vuelta el concepto con más brillo que profundidad. El espectáculo visual seguía siendo impresionante, pero la historia parecía un videojuego alargado. Quince años después, Tron: Ares llega como un intento de actualización tecnológica y comercial: una expansión del sistema más que una verdadera evolución.

Todo luce caro, pulido, aerodinámico: trajes brillantes, motocicletas como bólidos de lujo, paisajes urbanos bañados en neón. La banda sonora de Nine Inch Nails impone ritmo y energía. Greta Lee, saliendo de papeles secundarios, asume el rol de heroína de acción con convicción, y ver una carrera de motos luminosas por las calles de Vancouver se siente como un sueño nerd hecho realidad. El problema es que, detrás de ese despliegue visual, sigue habiendo un argumento tan complicado como incoherente.

La historia retoma a ENCOM, la empresa responsable de los experimentos originales con realidad digital. Ahora está dirigida por Eve Kim (Lee), que busca completar el trabajo de su hermana fallecida: un código capaz de dar permanencia a los entes digitales traídos al mundo real. Pero su colega y rival, Julian Dillinger (Evan Peters), nieto del villano del primer Tron, tiene planes menos altruistas: crear soldados virtuales inmortales para el complejo militar-industrial. De esa ambición nace Ares (Jared Leto), un programa con cuerpo físico y alma vacía, diseñado como arma perfecta.

Leto interpreta a Ares con frialdad controlada: carismático pero inhumano. Su contraparte, Athena (Jodie Turner-Smith), encarna la amenaza pura. El conflicto central —máquinas con conciencia enfrentadas a sus creadores— es tan viejo como el género, pero aquí se traduce en una persecución adornada con explosiones y trazos de luz. Hay guiños constantes al pasado: Jeff Bridges reaparece brevemente como Kevin Flynn, y los escenarios remiten al videojuego original de 1982. Aun así, el guion nunca logra conectar su comentario sobre la inteligencia artificial con una emoción real.

El director noruego Joachim Rønning filma con eficacia técnica, heredando el rol de artesano de franquicias que Disney le ha asignado desde Pirates of the Caribbean y Maleficent. Sus secuencias de acción son precisas y espectaculares, pero no hay riesgo ni personalidad detrás del espectáculo. Es cine corporativo de alto nivel: todo se ve increíble, nada se siente urgente.

El problema no es estético sino existencial. Tron: Ares quiere hablar sobre el poder y los peligros de la IA, pero su discurso es contradictorio: teme la autonomía de las máquinas al mismo tiempo que glorifica la tecnología que las produce. Entre discursos sobre ética digital y explosiones coreografiadas, el filme se contradice a sí mismo. Termina pareciendo una gran distracción entre otras franquicias de Disney —una extensión del parque temático más que una historia con pulso propio.

El resultado es elegante pero hueco, brillante pero predecible. Tron: Ares actualiza el sistema operativo de una idea sin reparar su código: el de una saga que alguna vez fue visionaria y hoy parece un reflejo perfecto del entretenimiento corporativo que intentaba criticar.

Tráiler:

Por  DAVID FEAR
Fuente: rollingstone.com

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