Crítica: El beso de la mujer araña (Kiss of the Spider Woman)

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Jennifer López deslumbra reemplazando a Sonia Braga como la nueva Madame Web, en un musical visualmente opulento basado en la obra de Manuel Puig.

Cuando Manuel Puig publicó El beso de la mujer araña en 1976, reinventó la novela latinoamericana desde la celda. Su estructura polifónica, entre el melodrama, la política y la conversación íntima, fundía el lenguaje del cine con la represión de la dictadura argentina. Lo que parecía una historia de dos prisioneros (uno militante, otro homosexual, ambos atrapados en la maquinaria del Estado) era, en realidad, una elegía sobre la fantasía como último refugio. Puig, gran cinéfilo, imaginó un relato donde la imaginación y el deseo se vuelven actos de resistencia.

Aquella novela fue adaptada por Héctor Babenco en 1985, con Sonia Braga, Raúl Juliá y William Hurt, este último ganador del Óscar. Babenco filmó el encierro con un naturalismo febril, más cerca del sudor y el delirio que del artificio. Ocho años después, Terrence McNally y el dúo Kander & Ebb (autores de Cabaret Chicago) transformaron el material en un musical que arrasó en Broadway, con Chita Rivera como la enigmática Mujer Araña. La historia, entre política, erotismo y evasión, encontró allí una nueva forma. El teatro como fantasía colectiva.

Casi cuatro décadas más tarde, Kiss of the Spider Woman regresa al cine bajo la dirección de Bill Condon, un realizador que ha oscilado entre el drama íntimo y el espectáculo hollywoodense. Su filmografía, de Gods and Monsters Dreamgirls, de The Good Liar a Beauty and the Beast, se mueve entre la fascinación por los márgenes y la pompa del musical clásico. En esta versión, Condon combina ambas pulsiones. Filma el encierro político con la lente de un viejo estudio de la MGM, donde incluso el dolor parece tener coreografía.

El resultado es un híbrido hipnótico, desigual pero fascinante, donde la tragedia argentina se disuelve en la fantasía Technicolor. Ambientada en los primeros años ochenta, la historia enfrenta a dos prisioneros en una celda: Valentín Arregui, interpretado por Diego Luna, un revolucionario torturado por sus ideales, y Luis Molina, encarnado por el actor y performer mexicano Tonatiuh, un escapista que sobrevive reinventando la realidad. Entre ellos se teje una relación ambigua, tierna y peligrosa, sostenida por los relatos que Molina inventa sobre una diva de los años cuarenta llamada Ingrid Luna, interpretada por Jennifer López.

Condon alterna la sordidez del encierro con los estallidos de fantasía de Molina, que ve en Ingrid una diosa del celuloide y un tótem erótico. Las secuencias musicales, diseñadas con el virtuosismo visual que el director ya había demostrado en Chicago, destilan glamour, plumas y neones, pero también cierta melancolía, ya que son los sueños de un hombre que no puede existir fuera de ellos. López interpreta a Ingrid con la mezcla exacta de autoconciencia y exceso de una diva dentro de la diva. En cada número, desde el hipnótico Kiss of the Spider Woman hasta el nostálgico Where You Are, irradia energía, aunque Condon a veces confunde deslumbramiento con emoción.

Luna aporta gravedad y contención, componiendo un Valentín más humano que heroico. Su presencia rescata la dimensión política del relato, recordando que la fantasía de Molina no borra la violencia del régimen. Pero quien sostiene la película es Tonatiuh. Su interpretación es una revelación cálida, excéntrica y profunda. Con su voz suave y su vulnerabilidad, convierte a Molina en algo más que el bufón sentimental que tantas versiones redujeron. Es un sobreviviente que se refugia en el artificio para no desmoronarse.

Condon filma sus diálogos con ritmo teatral, interrumpidos por fugas musicales que remiten al cine de Vincente Minnelli y al barroquismo de Almodóvar. La cámara se deleita en los decorados exagerados, los espejos, las luces saturadas, los cuerpos que se disuelven en humo y deseo. Sin embargo, ese esplendor visual convive con un problema de tono debido a que la fusión entre realidad y fantasía nunca termina de cuajar. La prisión es demasiado limpia, los números demasiado perfectos. Falta el sudor, el peligro y la grieta. Lo que en Puig era un choque entre el barro y la ensoñación, aquí se convierte en un juego estético sin el mismo peso emocional.

Aun así, hay momentos en que el filme recupera su veneno original cuando la fantasía se filtra en la política y el deseo se vuelve forma de resistencia. En esas escenas, Condon parece recordar la lección de Puig de que el amor y la imaginación son armas contra el totalitarismo. López brilla como símbolo, Luna como ancla, Tonatiuh como corazón.

Kiss of the Spider Woman es una película imperfecta, desbordada, a veces perdida en su propio artificio, pero llena de gestos de cine verdadero. Bill Condon firma un musical que no teme ser melodramático ni anacrónico, y que al final se sostiene gracias a su fe en el poder de la ilusión. La mujer araña, dice una de las canciones, mata con un beso. Condon parece creer lo mismo, que solo el arte, incluso en su exceso, puede salvarnos por un instante antes de devorarnos.

Por:  ANDRÉ DIDYME-DÔME
Fuente: rollingstone.com

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